Muchas veces viajar es tomar conciencia. Realidades que desconocíamos surgen como territorios inexplorados, lugares que nos hacen encontrarnos cono nosotros mismos, con lo que somos y lo que fuimos. Sitios que podemos visitar y que, después de muchos años, siguen impregnados de maldad y dolor, como Auschwitz; de esperanza y frustración como Ellis Island, en New York; de glamour añejo y misterio como el hotel Roosvelt, en Los Ángeles.
Te invito a que descubras en Huelva un lugar así. Si subes por la N-435, antes de llegar a Zalamea la Real, coge la carretera hacia Berrocal. A poca distancia pasarás Membrillo Alto y algo más allá te espera Membrillo, también llamado Membrillo Bajo. Aparca el coche y entra en el pueblo, en lo que queda del pueblo, a través de lo que debía ser una calle principal, con una veintena de casas alrededor. Muévete entre las edificaciones, entra en las casas, fíjate en esos pequeños y profundos agujeros en los muros.
Yo lo he hecho más de una vez y siempre me invade una cierta desazón al imaginarme, allá por 1937, a los falangistas entrando en el pueblo, masacrando a unos campesinos cuyo único delito era litigar con los terratenientes por unas pocas hectáreas de terreno. Estos muros derruidos, devorados por la vegetación, son el símbolo de la ruina moral que minó España durante largos años.
Y ahí siguen como recordatorio. Si vas hacia nuestra Sierra, deténte en Membrillo. De vez en cuando es bueno salir de nuestra atonía y reactivar la memoria.