Descubre Huelva en un viaje sensorial que empieza y termina con la Luz. La del sol, que brilla casi 3.000 horas al año. La del cielo, de un azul intenso como reflejo del mar. La de sus verdes campos, que huelen a vida. La de la Sierra, donde vive el sabor ibérico. La de las playas, donde su blanca arena te acaricia y relaja en un solo gesto. La que desprenden sus aguas, que te traen el murmullo del océano, la suave risa de los ríos, el silencio de los pantanos. Descubrirás un destino de Luz.
jueves, 17 de marzo de 2011
Magia
La niebla empezaba a envolverme cuando tomé esta foto, amortiguando los pocos sonidos que llegaban desde Alájar, varios cientos de metros más abajo. Era un día de invierno en el corazón del Parque Natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Después de una mañana de trabajo decidí que era un buen momento para dedicarle un rato a alguien al que aprecio bastante pero al que tengo un poco abandonado: yo.
Y que mejor sitio para perderte dentro de ti mismo que la Peña de Alájar, con el rumor del agua entonando una relajante melodía y un verde intenso llenando los ojos, demasiado acostumbrados (igual que mi mente) al gris. Debo confesaros que no soy nada original viniendo a este lugar en ese intento de conversar con un hombre al que veo todo los días, ojeroso y malhumorado, en el espejo del cuarto de baño.
Ya se le ocurrió a alguien en el Siglo XVI. Benito Arias Montano, figura básica del humanismo español, decidió que estaba un poco harto de la Universidad; que ya había aprendido bastante arameo, latín, griego, hebreo y otras cuantas lenguas más; que la filología comparada le cansaba; que la conversación con su amigo Fray Luis de León era ya repetitiva; que, para entendernos, le pasaba como a muchos de nosotros con el móvil, el ordenador, el pesado del jefe y las aburridas conversaciones sobre Cristiano Ronaldo.
Y decidió asentarse en este maravilloso enclave, dedicándose al estudio y dejándose llevar por esa fuerza telúrica que emerge desde el fondo de las cuevas que horadan la Peña. Siempre se ha dicho que este lugar es mágico y os puedo decir (vais a pensar que estoy un poco loco) que ese día, abrazado por la niebla y sordo de tanto silencio, sentí como si me fundiera con el paisaje, como si una parte de mí mismo quisiera quedarse allí para siempre.
No me extraña que Arias Montano, años después y de vuelta al torbellino de la vida mundana, echara de menos la Peña: "Quien las graves congojas huir desea / de que está nuestra vida siempre llena / ame la soledad quieta, amena / donde las ocasiones nunca vea"
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Lo que le paso a Arias Montano, es lo que le pasa a todo el mundo que conoce lugares como Alajar, Galaroza, El Castaño, Linares o Fuenteheridos. Tiene la tentación de quedarse o como mínimo sabe que no tradará en volver
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