jueves, 31 de marzo de 2011

Memoria



Muchas veces viajar es tomar conciencia. Realidades que desconocíamos surgen como territorios inexplorados, lugares que nos hacen encontrarnos cono nosotros mismos, con lo que somos y lo que fuimos. Sitios que podemos visitar y que, después de muchos años, siguen impregnados de maldad y  dolor, como Auschwitz; de esperanza y frustración como Ellis Island, en New York; de glamour añejo y misterio como el hotel Roosvelt, en Los Ángeles.

Te invito a que descubras en Huelva un lugar así. Si subes por la N-435, antes de llegar a Zalamea la Real, coge la carretera hacia Berrocal. A poca distancia pasarás Membrillo Alto y algo más allá te espera  Membrillo, también llamado Membrillo Bajo. Aparca el coche y entra en el pueblo, en lo que queda del pueblo, a través de lo que debía ser una calle principal,  con una veintena de casas alrededor. Muévete entre las edificaciones, entra en las casas, fíjate en esos pequeños y profundos agujeros en los muros.

Yo lo he hecho más de una vez y siempre me invade una cierta desazón al imaginarme, allá por 1937, a los falangistas entrando en el pueblo, masacrando a unos campesinos cuyo único delito era litigar con los terratenientes por unas pocas hectáreas de terreno. Estos muros derruidos, devorados por la vegetación, son el símbolo de la ruina moral que minó España durante largos años.

Y ahí siguen como recordatorio. Si vas hacia nuestra Sierra, deténte en Membrillo. De vez en cuando es bueno salir de nuestra atonía y reactivar la memoria.

jueves, 24 de marzo de 2011

Frontera de agua


Finales de los 80. Han pasado bastantes, por no decir muchos, años pero aún recuerdo aquellos fines de semana en Sanlúcar de Guadiana. Pasaban lentos entre paseos camino de la ribera, sustanciosas calderetas y alguna copa que otra en la rebotica.

Navegábamos temprano desde Punta Umbría y, con la mar todavía inmóvil, enfilábamos la entrada al río Guadiana, dejando a babor Vila Real y a estribor Ayamonte. Subiendo empezábamos a sentir de frente el calor que, pegado al cauce, bajaba desde las tierras andevaleñas, mientras desaparecían del agua las últimas medusas empujadas hacia el agua dulce por la pleamar.

La orilla portuguesa, baja y habitada, se oponía a la española, elevada y apenas ocupada por pequeños núcleos como El Romerano y Puerto Carbón. Mas allá de Sanlúcar, los restos imponentes del Puerto de la Laja nos hablaban de tiempos de esplendor mineral. Y todavía más arriba, si eras muy lanzado y aprovechabas grandes mareas que invadían el río podías llegar hasta la imponente ciudad lusa de Mértola. El problema es que esa incomparable visión la pagabas, a veces, con una hélice del barco medio destrozada por los golpes contra alguna roca traicionera.

Después de navegar no había nada mejor que una cerveza en Alcoutim si Gaspariño tenía a bien pasarte a la otra orilla. Enfrente, Sanlúcar se reflejaba en las aguas mientras que en un  velero con bandera sudafricana sus tripulantes tomaban plácidamente el sol.

El sábado y el domingo ae iban diluyendo poco a poco hasta que tocaba la hora de embarcarse para volver a casa.

Después de veinte años sigo navegando por el Guadiana. Apenas ha cambiado el paisaje pero echo de menos las copas en la rebotica.

jueves, 17 de marzo de 2011

Magia



La niebla empezaba a envolverme cuando tomé esta foto, amortiguando los pocos sonidos que llegaban desde Alájar, varios cientos de metros más abajo. Era un día de invierno en el corazón del Parque Natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Después de una mañana de trabajo decidí que era un buen momento para dedicarle un rato a alguien al que aprecio bastante pero al que tengo un poco abandonado: yo.

Y que mejor sitio para perderte dentro de ti mismo que la Peña de Alájar, con el rumor del agua entonando una relajante melodía y un verde intenso llenando los ojos, demasiado acostumbrados (igual que mi mente) al gris. Debo confesaros que no soy nada original viniendo a este lugar en ese intento de conversar con un hombre al que veo todo los días, ojeroso y malhumorado, en el espejo del cuarto de baño.

Ya se le ocurrió a alguien en el Siglo XVI. Benito Arias Montano, figura básica del humanismo español, decidió que estaba un poco harto de la Universidad; que ya había aprendido bastante arameo, latín, griego, hebreo y otras cuantas lenguas más; que la filología comparada le cansaba; que la conversación con su amigo Fray Luis de León era ya repetitiva; que, para entendernos, le pasaba como a muchos de nosotros con el móvil, el ordenador, el pesado del jefe y las aburridas conversaciones sobre Cristiano Ronaldo.

Y decidió asentarse en este maravilloso enclave, dedicándose al estudio y dejándose llevar por esa fuerza telúrica que emerge desde el fondo de las cuevas que horadan la Peña. Siempre se ha dicho que este lugar es mágico y os puedo decir (vais a pensar que estoy un poco loco) que ese día, abrazado por la niebla y sordo de tanto silencio, sentí como si me fundiera con el paisaje, como si una parte de mí mismo quisiera quedarse allí para siempre.

No me extraña que Arias Montano, años después y de vuelta al torbellino de la vida mundana, echara de menos la Peña: "Quien las graves congojas huir desea / de que está nuestra vida siempre llena / ame la soledad quieta, amena / donde las ocasiones nunca vea"

jueves, 10 de marzo de 2011

Camino al Atlántico


Ya se presiente el verano a pesar de la lluvia pertinaz y del frío matutino. Percibimos su llegada en el sol que se atreve a mostrarse, a media mañana, luchando con las nubes y en el atardecer que poco a poco se retrasa. Afortunadamente queda menos para, ligeros de ropa, caminar por las pasarelas de madera del Paraje Natural de Los Enebrales, entre las distintas tonalidades de verde del pino, de la retama y del enebro, y llegar al profundo azul de nuestro océano.

Nada mejor que tumbarse en la arena caliente (nada de toallas) y olvidarse de la opresiva vestimenta que ahora mismo llevo puesta. Kilómetros y kilómetros de playa a derecha e izquierda; en la cercanía, Punta Umbría, paraíso estival y refugio invernal en el que olvidarse al menos cuarenta y ocho horas del blablablá diario; más lejos, hacia Poniente, la costa alargándose hasta Portugal.

Y muy cerca, tras un agradable paseo por la orilla, la playa de la Bota, desde la que podemos dejar correr la imaginación y viajar en el tiempo hasta el 30 de abril de 1943, día en el que José Antonio Rey, un pescador que estaba faenando cerca de la orilla, descubrió un cadáver flotando. Este hecho significaba la puesta en marcha de la operación Carne Picada, el mayor engaño de la II Guerra Mundial por el que los aliados convencieron al gobierno alemán de que estaban organizando un gran desembarco en Grecia que, finalmente, se produjo en Sicilia. Os aconsejo que, este verano, plantéis la sombrilla frente al mar y devoréis el magnífico libro que sobre este hecho ha escrito Ben Macintyre: "El hombre que nunca existió. Operación Carne Picada".

Aunque también lo podéis leer ahora mismo. Pero con la estufa bien cerca.

lunes, 7 de marzo de 2011

Rojo y verde, un paisaje excepcional



Recuerdo la primera vez que lleve a mis hijos al río Tinto. Era un día deslumbrante de primavera y la luz del sol penetraba el agua y explotaba en una espectacular amalgama de colores. Una poza de poca profundidad había tomado una tonalidad increíblemente dorada y Rocío y Pepe, que entonces no llegaban a los seis años, gritaron maravillados: ¡Un río de oro!. Desde entonces, y ya han pasado más de siete años, la visita al río de oro se ha convertido casi en una obligación que hay que cumplir ineludiblemente. Además del oro han descubierto el rubí en el rojo intenso que da nombre a la corriente, la esmeralda en el verde que enmarca sus riberas y el zafiro en el intenso azul de un cielo que derrama toda su luz sobre un paisaje único en el mundo.

Si quieres sentir la soledad y los colores de un mundo primigenio baja del coche y ponte las botas; deja que se manchen de barro rojizo, que se impregnen de olor mineral, que se humedezcan de esas aguas casi alienígenas. Siéntate en una piedra en mitad del cauce y dejate envolver por el murmullo del agua. Te aseguro que olvidarás esa ciudad tan cercana pero tan lejana.